De la historia al papel
En los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI la Historia (como disciplina) está sufriendo una crisis (en el sentido de cambio) extraordinaria. Los historiadores españoles, tras décadas de darle la espalda a la gente y dedicarse casi en exclusiva a escribir para su “tribu”, comienzan a volver los ojos hacia la divulgación, hasta hace poco tan denostada.
A la hora de acercarse al pasado, los novelistas están ganado con enorme amplitud a los historiadores. La novela histórica goza del favor del público, que, en general, prefiere acercarse una novela a un ensayo.
La narrativa histórica se ha convertido en un fenómeno literario muy atractivo, probablemente el de mayor impacto en el panorama literario contemporáneo. En los últimos años han aparecido autores que han hecho de la novela histórica su principal dedicación literaria y el éxito de público y ventas de la narrativa histórica es tal que incluso “figuras consagradas” de la literatura, entre ellos no pocos premios Nobel, han hecho incursiones en este campo, y no han faltado editoriales que han creado colecciones específicas con el sello de “novela histórica”.
Pese a la animadversión, incomprensible, de buena parte de la crítica, la narrativa histórica tiene ya mucho que decir en el panorama literario. La novela histórica sigue de moda y son sus títulos los que suelen alcanzar los primeros puestos en las listas de venta. Y si hasta hace unos pocos años su cultivo parecería reservado a escritores norteamericanos como Gore Vidal, británicos como Robert Graves, franceses como Marguerite Yourcenar, italianos como Humberto Eco y alemanes como Gisbert Haefs, con algunas incursiones de brillantes autores centroeuropeos y eslavos, en tanto los escritores españoles parecían ajenos, desde hace un par de décadas los escritores españoles también han irrumpido con fuerza, calidad y notoriedad en este campo, como es el caso de los más que consagrados Juan Eslava Galán, José Calvo Poyato, Jesús Maeso y Toti Martínez de Lezea, o los más jóvenes Santiago Posteguillo, Javier Sierra y Margarita Torres.
Tampoco parece explicable el rechazo de algunos historiadores profesionales, cada vez menos, hacia la novela histórica. Y mucho menos aún si se tiene en cuenta la escasa aptitud para la buena narrativa que ponen una y otra vez de manifiesto esos mismos historiadores, que suelen escribir de una manera tan aburrida y tan poco atractiva que lo único que consiguen es ahuyentar a los lectores de la Historia y alejar a la mayoría de la gente del conocimiento de su propio pasado. La historiografía académica con afortunadamente cada vez mayores excepciones, no ha sabido reaccionar ni cualitativa ni cuantitativamente al aluvión de pseudohistoriadores y de falsarios que falsean la historia y desvirtúan el trabajo de historiador. Un cierto prurito de altivez, una pizca de desgana y una porción de dejadez han provocado que muchos historiadores profesionales no hayan salido una y otra vez a denunciar a tantos impostores, dejando así la divulgación de la historia en manos poco deseables.
Ahora bien, dada la demanda de novela histórica en el mercado del libro y la aceptación que ésta tiene entre los lectores, es frecuente que algunas editoriales presenten como novela histórica algo que no lo es, pero es obvio que en ocasiones, bien por motivos puramente comerciales, por oportunismo o por simple ignorancia, se aplican los términos “novela histórica” para calificar a una obra que tampoco lo es.
Pero la realidad suele ser tozuda, y la novela histórica, pese a tanto intrusismo interesado y oportunista, está imponiéndose incluso en ámbitos académicos que no hace mucho tiempo la habían vetado, bien porque algunos historiadores la tildaban, sin haberla leído, insisto –o al menos eso decían- de “poco rigurosa”, o porque ciertos críticos decían apostar por una literatura “exquisita” y de “autores de culto” entre cuyas filas no alineaban a ningún autor de este tipo de novela.
© José LUIS CORRAL, 2016