Entrevista a Ricardo Menéndez Salmón
Entre las numerosas actividades con las que podemos disfrutar en este cuarto congreso está el «Encuentro a dos voces» entre dos escritores, dos estilos, dos maestros: Víctor del Árbol (Por encima de la lluvia.Destino, 2017) y Ricardo Menéndez Salmón (Homo Lubitz. Seis Barral, 2018).
Nos hablarán de literatura, de autores, de libros, de géneros, de escribir, de oficio, de palabras, de emociones, de la vida, de…
Pero antes, como abreboca, nada mejor que una entrevista de Jaime Priede a Ricardo Menéndez Salmón, para elcuadernodigital.com
«Vivimos en una época en que uno de los mayores actos de resistencia consiste en no desear, no poseer, negarse a ser feliz según la lógica articulada por el capitalismo»
«Yo demando mi cuota de desasosiego, de incertidumbre. Sólo desde esa trinchera del malestar se pueden hacer cosas que merezcan la pena»
Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es un escritor cuya narrativa genera juicios polarizados, desde la admiración y asombro por una propuesta que se considera propia de unos pocos elegidos hasta la decepción por considerarla fallida. Su trayectoria literaria desde La ofensa ha mantenido una coherencia que no admite negociaciones con nada que no sea su programa de ruta. Su literatura tiene un mensaje filosófico sobre el mundo que nos ha tocado vivir y ese mensaje no tiene una digestión cómoda para todos los lectores.
Acaba de publicar Homo Lubitz, inquietante título bajo el que se esconde la figura de Andreas Lubitz y asoma el futuro inmediato de una especie.
Pregunta.— Empecemos por el título: Homo Lubitz. No se trata solamente de Andreas Lubitz, el hombre que decidió estrellar un avión de la Germanwings en los Alpes con 150 personas abordo el 24 de marzo de 2015. Se trata de una estirpe, de una especie, una evolución del Homo Erectus que culmina en el Homo Lubitz. Ponerse de pie para perder pie y acabar lanzándose al vacío como espectáculo final. ¿Por qué ha elegido a Lubitz como paradigma?
Respuesta.— Porque en él confluyen dos de las enfermedades de nuestro tiempo. Por un lado la anomia, la ausencia de un sentido existencial y de unas normas éticas que rijan nuestras vidas; por otro la búsqueda de la espectacularidad y el reconocimiento a toda costa, la obsesión por la exposición permanente. De la colisión entre ese vacío y esa necesidad surge este nihilismo devastador, que se agota en su propio acto, que no aspira a transformar el mundo o a mejorarlo.
P.— Desde finales del siglo XX vivimos una aceleración con secuelas evidentes de debilitación del humanismo. La novela está ambientada en 2025, así que no estamos ante una parábola política o una distopía tecnológica. La cercanía de esa fecha, a siete años vista, nos permite reconocer un mundo verosímil, que ya es el nuestro, pero con una ligera evolución inquietante de la violencia globalizada de un sistema capitalista, del control ciudadano por parte del poder. ¿Cuál es la ambición narrativa, el paso hacia delante tras El Sistema, su anterior novela, en la que ya nos situamos en un futuro axfisiante, con control cada vez mayor del destino de los ciudadanos?
R.— Homo Lubitz es una novela sobre el deseo y sus mecanismos. Sobre el deseo como obligación, como imposición. Vivimos en una época en que uno de los mayores actos de resistencia consiste en no desear, no poseer, negarse a ser feliz según la lógica articulada por el capitalismo. Los personajes principales de Homo Lubitz, O’Hara y Control, lo tienen casi todo. Ese casi que les falta es el centro en torno al cual la novela pivota. En realidad, hay dos mitos en el origen de la novela: el fáustico del conocimiento y el vampírico de la inmortalidad. Pero es posible que, a la postre, ni el conocimiento ni la inmortalidad sean satisfactorios. Que necesitemos algo distinto para sentirnos completos. O quizá es que esa sensación de realización es imposible, que ese tercer mito, el de la felicidad como deber impuesto, es también una quimera, y entonces debemos llenar esa carencia con otras cosas: la violencia mediática, el apetito por la muerte, la destrucción como acontecimiento estético.
P.— Richard O`Hara, el personaje que hace de hilo conductor en Homo Lubitz, se cuestiona a sí mismo en ese engranaje, es muy consciente de ese vacío interior, pero que se deja llevar por el engranaje, incluso se aprovecha de él. Es algo más que un testigo presente de la época que nos ha tocado vivir, su historia puede representar a un siglo XX que ha dejado la sensación de vacío, de violencia, de culpa…
R.— Es cierto que O’Hara posee un lado tenebroso. Pero que también es un hombre cordial y amable. Y que siempre, se encuentre a un lado o al otro de esta ambigüedad que define su carácter, se mueve por la vida entre el asombro y el estupor. Homo Lubitz es una novela acerca de la sensación de extrañeza que el mundo contemporáneo provoca. Hoy más que nunca vivimos en un lugar maravilloso y absurdo a partes iguales, un lugar donde el genio y la estupidez conviven con absoluta naturalidad y, a menudo, en la misma persona. Desde esa óptica, O’Hara me parece un síntoma de nuestra época, un hombre que puede ser perverso sin por ello dejar de ser bondadoso, un hombre que puede admirarse ante la ciencia o el arte y a la vez sentir la tentación del nihilismo. O’Hara es el resultado de aquel punto sin retorno que Ballard pronosticó en sus ficciones: un tiempo donde ya no existe transición entre la enunciación de un deseo y su realización.
P.— Eso ha provocado la reticencia de cierta crítica para la que la filosofía no encaja bien con la novela. Para cualquiera que haya leído alguna de sus novelas resulta obvio el desacuerdo…
R.— La filosofía es un saber tan maltratado que se utiliza como insulto, como prevención e incluso como argumento para debilitar el poder de la narrativa. Estas reticencias enmascaran dos evidencias de la crítica en España. La primera, su incapacidad para hablar con categorías renovadas, que vayan más allá del habitual lenguaje de madera que emplean a la hora de sus interpretaciones; la segunda, su pereza ante cualquier poética que escape de las coordenadas habituales que esa crítica ha consagrado y a las que se ha rendido.
P.— Por cierto, me sorprendió leer una reseña en la que un crítico de referencia, desde un medio especializado como es cualquier suplemento cultural, comentaba que la novela exigía “un esfuerzo excesivo”. Pero más que el comentario me sorprendió el contexto, parece que hasta en los suplementos literarios se juzga con reticencia el esfuerzo de lectura…
R.— La lectura de Santos Sanz Villanueva en El Mundo es esclarecedora. Y en buena medida le arranca la máscara a la crítica de este país. Desde dentro del propio sistema cultural se reconoce que el esfuerzo no merece la pena y que incluso puede ser un lastre para la obra. Cabe imaginar dónde hubieran acabado Barth o Pynchon en un país como el nuestro. Y del mismo modo es fácil entender por qué se jalea la obra de escritores que hacen de la literatura un paseo agradable. Si le mueves la silla al crítico, malo. Si le obligas a esforzarse, peor. Aquí sólo triunfa la literatura del consenso.
P.- He visto repetido el mismo argumento en más de una reseña de Homo Lubitz: se valora la primera parte, una supuesta primera parte, como novela breve que abarca la estancia de Richard O´Hara en China para la firma del contrato, pero se le ponen pegas, en la línea de lo que comentábamos antes, al resto de la novela. Parece que, en su caso, se valora más la narrativa breve que la distancia larga. De hecho, uno de sus libros más aclamados por crítica y lectores ha sido el volumen de cuentos Gritar. Puede que, al fin y al cabo, su visión del mundo, el paisaje que dibuja, resulte incómodo como planteamiento.
R.- No creo que incomode el planteamiento, sino la narrativa que lo sostiene. Así que plantearía el asunto de otro modo. En Homo Lubitz se dice que hoy todo consiste en un asunto de perspectivas, de la hermenéutica adecuada para interpretar cuanto sucede. Que la clave, en definitiva, radica en cómo decir el mundo. Esta es la complejidad primordial de lo que nos rodea. Hasta no hace mucho la literatura pensaba que poseía las herramientas para dar cuenta del mundo, pero desde hace un tiempo todo sucede de una forma tan veloz, tan urgente, tan plástica, que es como si el propio lenguaje hubiera perdido adherencia. De ahí proviene la desconfianza que se experimenta hacia la novela como instrumento de diagnóstico de la realidad. Y esa desconfianza es la que genera indefensión ante un futuro que cada día parece más inminente. Insisto en lo apuntado al comienzo de esta entrevista. Vivimos en una época que ha acortado brutalmente la distancia entre realidad y deseo. Eso no sólo deja huella en la percepción del tiempo, sino en el lenguaje. Y hay sectores de la crítica, por volver al motivo de la pregunta, que se siguen moviendo en paisajes interpretativos obsoletos hace décadas.
P.- Es cierto que en sus novelas se mueven más ideas que acciones. Pertenecemos a una tradición realista en la que la importancia de la trama tiene mucho peso narrativo. Aquí hablamos de otra cosa, mantiene esa linealidad, en este caso bajo el patrón una estructura musical explícita, pero hay una ruptura vertical, hacia abajo, mediante cargas de profundidad. Pienso en Mario Cuenca Sandoval, por ejemplo, pero se me ocurren pocos compañeros de viaje. Sin desmerecer a nadie, porque no es un juicio de valor, ¿siente que su propuesta es un islote en la narrativa española actual?
R.- Sería presuntuoso por mi parte sentirme una isla en medio del mar. Hay proyectos narrativos en España que me seducen. Enrique Vila-Matas, Moisés Mori, Andrés Ibáñez, Javier Pastor, Mario Cuenca, Isaac Rosa, Agustín Fernández Mallo, Pablo Gutiérrez… La lista es diversa por edad, logros y trayectoria. Pero a todos estos escritores los une la desconfianza ante ciertos modos de narrar y una preocupación por el lugar que el narrador ocupa en la narración.
P.- Volvamos a Homo Lubitz. En sus novelas siempre se ha dado un cuidado del lenguaje, un esfuerzo por darle luminosidad, potencia verbal, poesía en determinados instantes. Un lenguaje que sirva para ahondar en lo singular de una imagen o de un gesto. Por ejemplo, la recepcionista de un pequeño hotel de capital de provincias, intercambia de modo imprevisto un cruce de miradas con O`Hara que el narrador traduce en esto: “Fue como si sobre el rostro de la muchacha cayeran décadas de oprobio. Algo tóxico se dibujó en los rasgos abotargados por el cansancio, algo afilado y lúgubre como una serpiente que cruza ante un peregrino”. ¿Cómo es ese proceso de escritura?
R.- Intuitivo. Espontáneo. Y en realidad muy difícil de explicar. Diría que el lenguaje brota. Es cierto que después vendrá un proceso de corrección, limpieza, decantación, pero el impulso inicial es indisciplinado, surge sin mediación consciente. Diría también que es el momento más bello de la creación. Estás ahí, buscando transmitir algo, y de pronto el lenguaje se te entrega. Hasta cierto punto es lógico que los griegos hablaran del poeta como de un inspirado, alguien que hablaba por la boca de un dios. Es lo que la literatura posee de don. El resto es oficio.
P.- La civilización china, su pragmatismo, su carácter colectivo, tendente a lo uniforme, su carácter transparente y a la vez impermeable, tiene un peso importante en esta novela. Muchas veces hemos oído que China es el futuro. ¿Le parece que tendemos hacia algo parecido a eso, hacia el fin de la singularidad, de lo individual, hacia la uniformidad de los deseos, a la obligación de desear lo mismo?
R.- Es complejo escapar a… Continua leyendo la entrevista aquí
Fuente: elcuadernodigital.com