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Abr
LA PASIÓN Y EL VERDADERO PODER DE LA PALABRA
This is not a movie es el documental que el cineasta Yung Chang dedicó al periodista Robert Fisk. Corresponsal del diario The Independent en Oriente Medio, Fisk no solo entregó su vida al periodismo, sino que lo hizo convencido de que su lugar ––su único lugar–– estaba junto a las víctimas de cualquier conflicto armado. Poco le importaba la Real Politik, y menos aún las opiniones poco entusiastas de muchos de sus colegas.
La verdad vive en la calle, en sus esquinas, bajo los escombros causados por un bombardeo. La verdad reside en el relato de quienes han visto, de quienes han sufrido, de quienes caminan desnudos hacia el exilio y pueden dibujar de forma objetiva la cartografía del horror.
Fisk, además de reportero y escritor, era transeúnte, y gracias a ello supo desafiar a las muchas autoridades que fabricaron el relato oficial sobre la guerra del Líbano, sobre la ocupación de Palestina o sobre la más reciente catástrofe en Siria.
Era un corresponsal maldito, amado y odiado a partes iguales, venerado por las nuevas generaciones y cuestionado por muchos popes del periodismo que veían en él a una rara avis, a un cronista apegado al polvo. En sus artículos, muchos de ellos publicados por la editorial Destino bajo el título La era del guerrero, se palpa la rabia de quien fue testigo de todo, de quien bebió el sudor del débil.
Sus crónicas nunca fueron asépticas, ni neutrales, porque la neutralidad ––así lo afirmaba–– es impropia del ser humano, y él, además de escritor, era un ser humano afectado por las muchas fobias que causa la guerra. Armado con un cuaderno y un bolígrafo, Fisk preguntó, observó y se cuestionó; y frente al muelle de Beirut, tomando té en la terraza del que fue su hogar durante más de treinta años, pensó en quienes aún no habían nacido, en aquellos mirarían al pasado del mundo ––no solo de Oriente Medio–– con excesiva limpieza: «Alguien tendrá que decirles que esto ocurrió».
Cuando los escritores hablamos de las bondades de nuestro oficio, utilizamos habitualmente la palabra pasión. Y me pregunto por qué la literatura es apasionante, o por qué nuestra dedicación a ella es fuente de tanta felicidad. Siempre he pensado que, en el uso de la palabra, en su reconstrucción, en el mero hecho de ensamblarla dentro de una historia hay algo mágico e inexplicable, parecido al efecto que la revelación causa en el creyente.
Los escritores somos, además de artesanos, creyentes del lenguaje; diría, incluso, que adeptos. Son indiferentes el género y el idioma: en la versatilidad del verbo siempre encontraremos una fuente de luz. El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinki confesaba que, para escribir buen periodismo ––y él lo hizo––, era necesario leer poesía.
En su libro de crónicas Ébano, Ryszard comenzaba su relato tras recorrer el interior de Ghana del siguiente modo: «Lo primero que llama la atención es la luz. Todo está inundado de luz. De claridad. De sol. Y tan solo ayer: un Londres otoñal bañado de lluvia. Un avión bañado de lluvia. Un viento frío y la oscuridad. Aquí, en cambio, desde la mañana todo el aeropuerto resplandece bajo el sol, todos nosotros resplandecemos bajo el sol».
Sin poesía, y aquí lo vemos, no hay verdad; pero sin la verdad, sin el compromiso con lo colectivo, sin el riesgo que conlleva reinventar la palabra en medio de la hostilidad, no existe la pasión. Y si existe, si la sentimos como propia cuando nos embarcamos en una historia sin reflexionar en su importancia, o en el modo en que esta desafiará a quienes hoy pautan el relato global, no servirá para nada. Al menos, no para nada útil.
La Historia reciente nos ha demostrado (nos sigue demostrando) la importancia de lo útil. Los corresponsales de guerra traspasan la pantalla de nuestros televisores entre sirenas antiaéreas y ruido de metralla. Ellos recorren en silencio las calles desiertas buscando evidencias del terror. Ellos son los ojos del mundo. Y sus palabras son las nuestras. Ellos son literatura de gran calibre, y algunos, como Robert Fisk, un diccionario apasionado frente al poder.
Sobre esto y mucho más, conversaremos con la periodista Rosa María Calaf en el V Congreso de Escritores. Ella, que es una maestra de la crónica a larga distancia, nos dará a buen seguro unas cuentas lecciones sobre la pasión y el verdadero valor de la palabra.
José Luis Díaz Caballero