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Blog del V Congreso de Escritores
Tres maestros de Stefan Zweig
25
Jun

Tomar el testigo

 

 ¿Y saben qué? Se obró el milagro.

 

En una calle de Lisboa, próxima a la Casa de Fernando Pessoa, encontré una librería de segunda mano repleta de viejos manuscritos y joyas de la literatura.

Entré ––reconozco que soy un bibliófilo–– convencido de que allí, en sus altas estanterías, en sus columnas de libros griseados por el polvo, encontraría algo. No sé qué buscaba ni por qué tenía el convencimiento de que debía encontrar un libro importante, quizá una señal entre tantas señales literarias que recorren la ciudad.

Tres maestros de Stefan ZweigBusqué a ciegas. Abrí volúmenes que no sabía leer. Revisé lo ilegible, convencido de que el lenguaje debía transformándose gracias a mi esfuerzo. ¿Y saben qué? Se obró el milagro.

En desordenado montón, vi un libro de tapas verdes cubierto con ceniza. Allí estaba, en una esquina de la frágil columna, solitario en medio del caos y a punto de caer. Lo cogí. La cubierta estaba vacía. En la contraportada solo había una firma manuscrita.

Y en el lomo ––aún recuerdo el sobresalto–– un nombre y un título: Stefan Zweig, Três Mestres. En mi defensa diré que peleé la compra del libro. Según la dueña de la librería, aquella joya no debía estar allí, olvidada entre lo inservible, abandonada a la historia de sus páginas.

Aquella edición del magnífico ensayo biográfico de Zweig se publicó en 1942, concretamente en la ciudad de Petrópolis, pocos meses antes de que el maestro austríaco decidiera acabar con su vida. Lo pagué como quien comete una infamia. Hoy lo observo como una revelación.

Tres maestros ––recomiendo la edición publicada por Acantilado–– es un compendio de ensayos sobre tres de los grandes maestros de la literatura universal: Balzac, Dickens y Dostoievski. Poco puedo decir de Zweig y su obra, salvo una cosa: el amor que profesa por los tres.

El suyo es un amor incondicional, diría que poético, que no guarda relación con los parámetros de la hagiografía; puede,Anna Caballé incluso, que la sucesión de fechas y lugares que despliega en sus ensayos sea inexacta. Pero no importa. Nada importa cuando se trata del amor. Del amor por la literatura y del amor por quienes aún hoy la construyen como parte de la memoria colectiva.

Aquel ejemplar hinchado por los años y lleno de grietas preside una vieja estantería en mi casa. Regreso a él, lo toco cuando me siento lejos de la palabra. Lo huelo como si él me propusiera una suerte de hipnosis creativa.

Siempre he pensado que la crítica literaria y el género biográfico están a la misma altura que las obras criticadas y los personajes retratados, y que sus autores ––recomiendo el encuentro con Anna Caballé en el #VCongresoAEN––toman el testigo de quienes construyeron la Historia en noches de imborrable tempestad.

Ellos también son profetas del amor.

José Luis Díaz Caballero

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